Tenemos que abordar las “dos caras” de la globalización y obrar por un desarrollo socioeconómico sostenible para todos. Cada vez más gente exige que “humanicemos” la globalización. En los países ricos y en los países pobres muchos consideran que la globalización tiene efectos negativos para alguna gente. De más en más, la opinión pública entiende que no podemos ignorar esos efectos.
¿Qué es la globalización?
La globalización es una transformación fundamental de las sociedades que ha permitido que personas, empresas y Estados influyan en acciones de todo el mundo más rápido, más a fondo y a menor costo que nunca. Al igual que la revolución industrial del siglo XIX, la revolución tecnológica de nuestros días recombina rápidamente fuerzas económicas y sociales en el mundo entero. La globalización derribó muchas barreras y tiene el potencial de ampliar la libertad, la democracia, la innovación y los intercambios socioculturales, al tiempo que ofrece notables oportunidades de diálogo. Ahora bien, algunos fenómenos muy preocupantes también son producto de la globalización: la escasez de recursos energéticos; el deterioro del medio ambiente y los consiguientes desastres naturales; la propagación de pandemias; la creciente interdependencia de las economías y los mercados financieros y la complejidad de los análisis, los pronósticos y la previsibilidad que trae aparejada, así como los movimientos migratorios provocados por la inseguridad, la pobreza o la inestabilidad política.Se puede aducir que, en algunos casos, la globalización fortaleció a los fuertes y debilitó aún más a los débiles. Esas son las dos caras de la globalización que debemos abordar si queremos humanizarla y, para ello, es preciso “reformarla” poniendo mayor énfasis en el desarrollo socioeconómico sostenible para todos.
Nadie pone en duda que existe un desequilibrio creciente entre la escala de los retos globales y las formas tradicionales de búsqueda de soluciones idóneas. Una de las consecuencias más notorias de ese desequilibrio es la noción de impotencia individual y restricciones políticas de los gobiernos que menoscaba la confianza en el sistema nacional de gobernanza y debilita la legítima esperanza de influir en el propio futuro, elementos cruciales para la sostenibilidad de los sistemas democráticos.
No es la globalización que genera esa sensación de ansiedad sino la falta de medios para abordar sus efectos como es debido. Para levantar los retos globales, necesitamos más gobernanza a escala global.
La gobernanza mundial puede ayudar a las sociedades a lograr su objetivo común con equidad y justicia. Nuestra creciente interdependencia exige que nuestras leyes, nuestras normas y nuestros valores sociales, así como otros mecanismos que forjan el comportamiento humano – familia, educación, cultura, religión, etc. – sean examinados, entendidos y aunados con la mayor coherencia posible para garantizar un desarrollo sostenible, colectivo y efectivo.
Hacia una “comunidad mundial”
A mi juicio, apoyar la interdependencia de nuestro mundo requiere, por lo menos, tres elementos.-
En primer lugar, valores comunes. Los valores permiten que el sentimiento de pertenencia a una comunidad mundial coexista con las peculiaridades nacionales. Por lo tanto, se impone un debate sobre esos valores con miras a definir los objetivos o beneficios comunes que quisiéramos defender a escala mundial. Los valores colectivos sientan las bases de la gobernanza mundial.
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En segundo lugar, interlocutores con suficiente legitimidad como para suscitar el interés de la opinión pública en el debate, capaces de asumir la responsabilidad del resultado y a quienes se les pueda pedir cuentas. También debemos asegurarnos que en nuestra gestión de las relaciones internacionales y en la aplicación de nuestros sistemas regionales y globales de valores, derechos y obligaciones, se tengan en cuenta los intereses colectivos de los pueblos. Los problemas y dificultades que encaramos pueden ser locales, regionales o mundiales, al igual que los intereses que es preciso defender y proteger. Por lo tanto, quienes representan esos intereses deberían considerar las necesidades de las sociedades afectadas por la globalización. Potencialmente, las organizaciones internacionales tienen la capacidad de tomar decisiones que fomenten sus metas y los intereses de sus miembros. Sin embargo, carecen de medios, instrumentos y responsabilidad política para desempeñar un papel más amplio y decisivo.
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En tercer lugar, mecanismos de gobernanza multilaterales que sean verdaderamente efectivos y permitan arbitrar valores e intereses con legitimidad. Que también podrían describirse como mecanismos que garanticen el respeto de las normas o como una forma de justicia internacional.
Mejor desarrollo del comercio
No obstante, el sistema internacional de comercio y la OMC distan de ser perfectos. Para que la apertura de los mercados redunde en verdaderos beneficios para los miembros hacen falta reglas de juego equitativas que garanticen la capacitación y permitan que los países mejoren su gobernanza nacional.La apertura de mercados estimulada por la OMC tiene el potencial de generar beneficios para muchos, pero también tiene sus costos.
No podemos ignorar los costos del ajuste ni los problemas que pueden surgir cuando se abren los mercados, sobre todo, en los países en desarrollo. Unos y otros tendrían que formar parte del programa de apertura. Debemos crear un nuevo “consenso de Ginebra”: una nueva base para la apertura del comercio que tenga en cuenta los costos del ajuste. La apertura del comercio es necesaria para el crecimiento económico, pero por sí sola no basta. Los países en desarrollo necesitan ayuda para cimentar una adecuada capacidad productiva y logística, así como para aumentar su capacidad de negociar y cumplir con los compromisos contraídos en el sistema internacional de comercio. También es preciso abordar los desequilibrios entre ganadores y perdedores de la apertura de mercados, sobre todo, en el caso de las economías, las sociedades y los países más frágiles. Cimentar esa capacidad y ayudar a los países en desarrollo para que se ajusten debería formar nuestro programa mundial común.
Parte de este reto recae en la OMC, pero su papel fundamental es la apertura del comercio. Carecemos de capacidad institucional para formular y dirigir estrategias de desarrollo. El reto de humanizar la globalización incluye, forzosamente, a otros actores de la escena internacional, entre otros, el FMI, el Banco Mundial, los bancos regionales de desarrollo, el CCI, la UNCTAD y el resto de la familia de las Naciones Unidas.
Si nos proponemos mitigar los impactos de la globalización, debemos complementar la lógica de la eficiencia del mercado de la OMC con una atención renovada a las condiciones que podrían favorecer el desarrollo. Para ello, debemos recordar que el comercio no es más que un instrumento para mejorar la condición humana. El impacto que, en última instancia, tienen nuestras normas en los seres humanos debería ser el núcleo de nuestras consideraciones. En primer lugar, tendríamos que obrar por los seres humanos y su bienestar.
Pascal Lamy, Director General de la OMC desde septiembre de 2005.