Es imperativo que a la hora de tomar iniciativas para preservar sus respectivas economías, los líderes del mundo no caigan en la tentación proteccionista. Cabe abrigar esperanzas, pues en la Organización Mundial del Comercio (OMC) disponemos de un sistema de comercio mundial basado en normas y varios gobiernos, entre ellos los Estados Unidos, están dispuestos a volver a adoptar una política keynesiana para controlar los ciclos económicos. Pero aún así, estamos viviendo la peor crisis de la historia de posguerra y vale la pena recordar lo mal que fueron las cosas.
Aprender de la historia
Tras el colapso de 1929, a Estados Unidos le llevó toda una década recuperar el mismo nivel de su producto interno bruto (PIB). En el peor momento de su historia, cuatro años después de que estallara la primera crisis de Wall Street, la economía del país había disminuido un 29%. Respondiendo a la apremiante necesidad de proteger a agricultores e industrias, el Congreso de Estados Unidos adoptó la Ley Arancelaria de 1930, comúnmente conocida como `arancel Smoot-Hawley´.
Esta ley desató represalias extranjeras, lo que sumió aún más al mundo en la Gran Depresión. De ahí que `Smoot-Hawley´ sea sinónimo de las políticas de `empobrecimiento del vecino´ que marcaron el decenio de 1930. Globalmente, la contracción del comercio mundial entre 1929 y 1934 fue de un 66% (véase Gráfico 1).
Europa occidental experimentó una crisis igualmente devastadora, pero la recuperación comenzó antes, en 1932 para el Reino Unido y 1933 para Alemania. Ahora bien, la recuperación alemana no pudo sustentarse: su economía de guerra terminó por derrumbarse en 1944 y en los dos años siguientes, Alemania perdió dos tercios de su PIB.
Es hora de resistir al proteccionismo
La lucha contra el proteccionismo no propone soluciones para abordar las causas de la crisis; a tales efectos, habrá que modificar la cultura de permisividad que caracterizó la gestión del riesgo durante el período fastuoso del sector financiero. Además, rechazar el proteccionismo ayudará a limitar la propagación de la crisis a otras partes del mundo, en particular, a los países en desarrollo y las economías emergentes.
Si bien esa propagación ya es un hecho, tenemos que limitarla. El comercio es el motor del crecimiento mundial y ese motor está tosiendo. Según un pronóstico reciente de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), el comercio mundial se reducirá en un 13%. En la Reunión de Primavera del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, celebrada en abril, se anunció la previsión más pesimista sobre el crecimiento mundial y el comercio desde que se creara el sistema de Bretton Woods en 1944.
En el Trade Map del ITC se utilizan datos de alta frecuencia para estimar el impacto. Los datos sobre el comercio estadounidense indican una fuerte contracción de las importaciones: tras haber registrado un aumento histórico de casi US$ 40.000 millones por mes, en febrero de 2009 habían disminuido a US$ 58.000 millones (véase Gráfico 2).
Los datos mensuales de las exportaciones de países emergentes y países en desarrollo de África y Asia, que dependen fuertemente de la locomotora del crecimiento de la OCDE, pintan un cuadro siniestro. México, Tailandia, Sudáfrica e incluso China registraron repentinamente un crecimiento negativo de las exportaciones respecto al año anterior (véase Gráfico 3). Investigaciones del ITC sobre el probable impacto de la desaceleración de la OCDE en las exportaciones muestran que países exportadores de petróleo, como los países del Golfo, perderán gran parte de sus ingresos de exportación y luego sucederá lo mismo en los países europeos en transición. Los países en desarrollo también se verán gravemente afectados, en particular, aquellos que dependen de las exportaciones a países de la OCDE y reciben remesas de los cuatro países que engloba la sigla BRIC: Brasil, Rusia, India y China.
Para que siga siendo motor del crecimiento, el comercio tiene que gestionarse con arreglo a las normas y el espíritu de las mismas. No se debería admitir que ningún país o bloque comercial proclamara que cumple con las obligaciones de la OMC, cuando de hecho aumenta los aranceles o las restricciones al comercio y las barreras no arancelarias.
Aun así, el aumento de aranceles no es la peor consecuencia de aviesos programas comerciales. La primera víctima de esta crisis bien podría ser la Ronda de Doha y aunque el Programa de Desarrollo deje mucho que desear, permitir que se debilite implicaría que sus beneficios potenciales no puedan realizarse hasta dentro de un decenio como mínimo.
Futuro del libre comercio
Es hora de considerar un `programa de estímulo del comercio post-Doha´ que en el plano estratégico responda a las preocupaciones de algunos miembros del G20, en particular, aquellos de economías emergentes que entienden que se les está exigiendo demasiado para remediar una crisis que no provocaron y que, inevitablemente, tendrán que participar en la recuperación de la economía mundial.
Muchos países adoptaron cuantiosos paquetes de estímulo que se aplicarán en los próximos dos a tres años; es indispensable que éstos promuevan el comercio y contribuyan a nutrir y mantener la productividad. Debemos resistir a la tentación de usarlos para sustituir importaciones, favorecer las compras y la producción nacionales o subvencionar exportaciones a través de mecanismos opacos. Esa clase de proteccionismo suscitaría las recriminaciones y políticas per judiciales para los vecinos que caracterizaron la Gran Depresión. Hoy tenemos que combatir el proteccionismo en todas partes con un programa de comercio libre y equitativo.