Estamos confrontados a una crisis mundial del empleo. Ya se está abriendo una gran brecha entre quienes tienen trabajo y quienes no. El desempleo está aumentando rápidamente y se prevé que en el curso de este año aqueje a 230 millones de personas en todo el mundo. Más y más personas están siendo empujadas hacia el sector informal. Entretanto, la fuerza de trabajo va creciendo y nuevos demandantes de empleo se incorporan al mercado laboral. Se estima que en los dos próximos años harán falta 90 millones de nuevos puestos de trabajo tan sólo para mantener el desempleo en su nivel actual.
La crisis invirtió las tendencias que recientemente habían contribuido a la disminución de la pobreza. El número de trabajadores pobres –es decir, aquellos que no llegan a ganar más de los US$ 2 diarios del umbral de la pobreza, necesarios para asegurar el sustento de su familia– podría aumentar en más de 100 millones, cifrándose en 1.400 millones, lo que equivale al 45% del número mundial de trabajadores.
La recesión es global y sincronizada. Conforme se va propagando, ningún país es inmune. Se prevé que en 2009 habrá una contracción significativa del comercio mundial, a la cual se suma la caída vertiginosa de los precios de productos básicos, el petróleo y el gas, los metales e incluso las bebidas. Esto tiene consecuencias nefastas para las economías de todo el planeta, en particular, para las principales economías exportadoras de África, Asia y América Latina. En cambio, el precio de los alimentos se mantuvo por encima de las tendencias anteriores, lo que afectó el poder adquisitivo de millones de familias. Además, por primera vez en décadas, es probable que las remesas de emigrantes disminuyan, lo que incidirá en la seguridad económica de numerosos hogares que dependen de ellas.
Existe el peligro de que nos adentremos en una crisis del empleo profunda, extensa y prolongada. Es preciso que los formuladores de políticas tomen medidas audaces y rápidas para abordar la crisis del empleo, tal como lo hicieron frente a la recesión financiera y económica. En caso contrario, su inacción afectará a cientos de millones de personas. El costo humano de la pérdida generalizada de puestos de trabajo es muy alto y puede causar gran incertidumbre, frustración e inestabilidad social.
El riesgo de la crisis social se agrava aún más con el debilitamiento de la protección social. Ya no podemos confiar en que `el mercado lo resolverá todo´. Las pensiones privadas se devaluaron un 20%. Millones de personas sin pensión ni prestaciones de desempleo carecen de protección social. Muchos países en desarrollo no tienen siquiera una mínima red de seguridad social.
Según una reciente encuesta de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en 40 países, la cuantía de los paquetes de estímulo financiero para los bancos fue cinco veces mayor que aquella de los paquetes de estímulo fiscal para personas. Este desequilibrio denota una falta de apoyo a la economía real. Los países menos adelantados no disponen de un margen fiscal que les permita apoyar a los trabajadores pobres.
Podemos evitar una crisis social de grandes proporciones y riesgos impredecibles
En primer lugar, el empleo y la protección social deben ser la base de las respuestas a la crisis. Hacen falta medidas audaces: proteger mediante subsidios parciales los empleos que se puedan conservar; reducir la cantidad de horas de trabajo y ofrecer programas de formación; compensar la pérdida de ingresos, siempre que sea posible, con prestaciones de desempleo y otras transferencias en efectivo; situar la creación de empleo en el centro de las inversiones públicas mediante un riguroso examen de los efectos estimados de éstas en el empleo, y reforzar los servicios de empleo para orientar a los solicitantes, en particular a los más jóvenes, hacia nuevas disciplinas en crecimiento como las tecnologías `verdes´. Es preciso entablar lo que en la OIT se denomina `diálogo social´ para que empleadores y trabajadores participen en la formulación de las medidas, al tiempo que se amplía el apoyo político a la estrategia de salida de la crisis.
También existe el riesgo de deflación de los salarios y deterioro de los derechos de los trabajadores, ya que los países podrían caer en la tentación de debilitar los valores y no escatimar medidas para mejorar la competitividad, lo que no haría más que agravar la crisis.
En segundo lugar, la movilización debe ser coordinada y mundial. Todos los países deben unirse para hacer del empleo y la protección social los ejes de sus respuestas a la crisis. La OIT propone un Pacto Mundial para el Empleo, concebido como una plataforma común para encauzar las respuestas nacionales, regionales y mundiales a la crisis del empleo. Esa propuesta se afinará en la Conferencia Internacional del Trabajo de junio de 2009 cuyo tema central será la crisis del empleo.
En tercer lugar, ya había una crisis antes de ésta y no podemos proponernos simplemente volver a esa situación como si nada. Las causas de la crisis financiera radican en la inadecuación de reglamentos financieros, las crecientes desigualdades de ingresos y las pocas oportunidades de empleo. Hemos sobrevalorado el mercado, infravalorado la función del Estado y devaluado la dignidad del trabajo, la protección del medio ambiente y la solidaridad social.
La crisis nos está dando duras lecciones. En 2004, la OIT señaló que la globalización era insostenible sin una fuerte dimensión social. Replantearse las instituciones de gobierno mundial sigue siendo una asignatura pendiente. Toda recuperación de la profunda depresión actual se debería construir sobre cimientos de sostenibilidad social, económica y ambiental que hoy no existen. Las respuestas a la crisis deberían apuntar a una economía mundial más fuerte, más equitativa y más ecológica.
Para restablecer la confianza, tenemos que centrarnos en persuadir que se puede avanzar hacia una nueva visión de un mundo más justo, más limpio y más estable. Debemos forjar una respuesta que dé prioridad a la gente en nuestro propósito de librarnos de la crisis y lograr una globalización equitativa.